martes, 19 de marzo de 2013

"Mi nombre es Moch" Fanfiction de Minecraft en español.

Se me ocurrió la idea hace tiempo, fui desarrollándola y escribí el guión para una serie, pero se me borró y en vez de volverlo a escribir como guión decidí hacer un minirelato de cada capítulo. Ya estoy por la mitad del segundo capítulo, para quien le interese le dejo el link de mi deviantart, que es donde iré colgándolos una vez los tenga escritos:



Prólogo.
Este fanfiction de Minecraft no incluye nombres de personajes reales, ya que han sido modificados para no atentar contra los derechos de imagen de dichas personas.
Este relato contemporiza situaciones que realmente tuvieron lugar en épocas distintas, se podría catalogar como Steampunk, por lo que es totalmente ficticio y al margen de todo dato histórico real.

Capítulo 1- El nacimiento de la máquina diabólica.

Mi nombre no importa ahora, pero he creado un monstruo; un monstruo de dimensiones inconmensurables. Jugué a ser Dios  y creé un demonio sin querer. Todo comenzó… ¡Qué sé yo!... Hace tantos años que de aquello que a duras penas lo recuerdo. Aunque sí recuerdo algunas cosas.
Por aquel entonces, Suecia, mi dulce hogar, era una gran potencia en cuanto a industria minera y yo quería contribuir. Sin embargo, mi familia siempre había sido bastante acomodada en la nobleza sueca y no era bien visto que un hidalgo como yo sé manchase las manos de carbón, además, mi vocación era otra: de pequeño, mi padre me regaló una de las rudimentarias computadoras del exótico oriente que por aquel entonces aún era bastante desconocido, sin embargo, mis manos fluyeron sobre el teclado como destellos de una feroz tormenta. Mi vocación era la ingeniería informática. ¿Cómo podía contribuir a la minería mediante la informática? Aquella pregunta me quitaba el sueño por las noches hasta que hallé la respuesta. ¡Un simulador de minería! Con él, los mineros podrían entrenarse y convertirse en auténticos expertos sin la necesidad de arriesgar sus vidas en el subsuelo del mundo real. Sin embargo, mipresupuesto no alcanzaba los límites necesarios como para comenzar, tal vez fuese de familia acomodada, pero antaño había tenido ciertos problemas en cuanto a gestión económica y ahora comía de lo que robaba a los mercaderes ingenuos y despistados que rondaban por la villa.
Por suerte, contaba con mi fiel hermano Brine. Brine era un hombre de negocios nacido para gestionar y siempre tenía dinero como para parar un tren, así que guardé todas las capas de mendigo en una vieja y parcheada maleta, me puse mi sombrero y me dispuse a colarme en el próximo barco a Inglaterra, donde vivía mi hermano.
Me alimentaba de las provisiones que guardaban en la bodega y me ocultaba dentro de un barril de vino vacío cada vez que alguien entraba, pero una mañana, a menos de un kilómetro del puerto de Sunderland, el vino se acabó y un grumete sediento decidió echar un ojo en mi barril. Nada más comenzar a abrir la tapa, salté fuera del recipiente y subí las escaleras como el rayo, antes de que nadie pronunciase una palabra, me precipité contra las olas dejando atrás aquel navío.
Perdí mi equipaje en aquella inmensidad azul y en unas horas me encontraba acurrucado en la fachada de uno de los edificios del puerto, tiritando de frío e incapaz de ponerme en pié de nuevo. Por una vez la suerte me sonrió y Brine apareció con su Rolls Royce con carrocería tallada en ébano con remaches de bronce.
Sin demora alguna, mi hermano gemelo me invitó a pasar al interior de su automóvil de vapor y recuperar la sensibilidad en los dedos de los pies.
– ¡Mark, hermano! ¿Qué se te ha perdido en Inglaterra? – Me dijo.
–Pues básicamente… Un hermano. Y un puñado de dinero.
– ¿Otra vez con tus ideas descabelladas? ¿Por eso has venido nadando hasta aquí?
–En teoría iba en un barco y bueno… Tengo un gran proyecto entre manos, solo necesito un lugar donde trabajar y una “pequeña”  gran suma de dinero.

No recuerdo mucho más de aquella conversación, solo sé que logré que me prestase indefinidamente medio millón de euros para poder elaborar mi simulador de minería y unas cuantas oficinas con la única responsabilidad de dejarle probar el simulador cuando estuviese acabado.

Pasaron más de 800 días durante los que trabajé duramente con mi empleado Steve, un pequeño genio que había accedido a ayudarme.
El simulador, al que llamé Minecraft, no era moco de pavo; mediante una irradiación de hondas alfa, hacía entrar el cerebro en un estado similar al de la fase REM del sueño y permitía al usuario desplazarse por el mundo irreal que había creado el generador de mapas como si estuviese soñando.
Al fin llegó el gran día, invité a mi hermano gemelo a probar el simulador minero. Le hice sentar en la misteriosa silla de la sala de comandos desde la que se conectaba el usuario y fui a buscar a mi ayudante Steve, me dirigí al despacho del joven ingeniero y grité su nombre sin resultado alguno. ¿Dónde estaba?
Cuando estaba a punto de irme, vi un chip encima de la mesa junto a una nota con la letra de Steve. La nota decía así:

Querido Moch, disculpe mi ausencia en este día tan importante para usted, pero he tenido una urgencia familiar y me he visto obligado a ausentarme unos días hasta que la cosa se normalice, de nuevo le pido perdón por esta descarada y repentina desaparición. Sin embargo, adjunto a esta carta un pequeño chip que he estado diseñando estos días, contiene un procesador de inteligencia artificial que permite al sistema ir aumentando la dificultad de la simulación conforme el usuario va avanzando, aunque dejando siempre un camino posible para que haya escapatoria. Pero le pido que no lo instale hasta que yo haya llegado, ya que no está terminado.
Atentamente, su leal empleado Steve.

Maldije a aquel chaval entre dientes mientras me disponía a instalar el chip en el sistema sin demora alguna con tal de impresionar todo lo posible a mi hermano. ¿Qué podía ocurrir? Al fin y al cabo no era más que un inofensivo chip… Por ahora.

Brine, furioso, gritó mi nombre en voz alta por culpa de mi tardanza a la hora de instalar el chip, así que lo soldé a toda prisa y me dirigí a la sala de comandos, que contaba con un montón de ordenadores y una mesa de madera en medio en la que había dejado una caja de clavos.
Puse en marcha el generador de mapas para que crease un nuevo mundo, creé el perfil de usuario de Brine, al que llamé “Herobrine” e introduje a mi hermano en aquel universo cibernético que había creado.
En unos segundos, Brine cayó en un profundo sueño y tres pantallas se encendieron ante mí, mostrándome las diversas perspectivas del usuario.
El cuerpo inconsciente de Brine pronunció unas palabras.
– ¡Guau, funciona!
Sin duda alguna tenía razón. Había creado la máquina más poderosa que jamás había existido.
Estaba a punto de accionar el comando para devolver a Brine al mundo real cuando él me dijo que quería estar un rato más. Yo, aunque no muy seguro de lo que estaba haciendo, le dejé campar a sus anchas un buen rato.
Minecraft no solo era una gran herramienta de entrenamiento, sino que también podía formar parte del ocio y la diversión, quizás hasta podría devolverle el dinero a mi hermano algún día. En unos minutos comenzó a anochecer, algo que yo no había programado. Debía ser una de esas muchas funciones que hacía el nuevo chip, así que le pedí por favor a mi hermano que me dejase sacarlo antes de que ocurriese algo extraño, sin embargo, no quería reconocer que aquello era obra de mi ayudante y no mía, ergo no pude convencer a mi hermano de salir de allí. Debía de haberle intentado sacar cuando pude, debía de haberle devuelto al mundo real, pero le fallé a mi hermano y cometí el mayor error de mi vida.
Brine se adentró en una oscura cueva y a duras penas podía diferenciar el paisaje que se ocultaba a su alrededor, me di cuenta de que algo no iba bien cuando divisé una especie de criatura verde entre las sombras, después un silbido y por último; una explosión.
Los tres monitores de ordenador estallaron a la vez y una lluvia de cristales me dejó confuso. Nada más pude volver a ubicarme, vi como mi hermano Brine estaba teniendo convulsiones y estaba echando espuma por la boca. Miré los dispositivos de la silla y observé sus pulsaciones cardíacas descontroladas, sus arterias estallarían si no lograba parar aquel infierno, así que me dispuse a desenchufarlo. Brine abrió los ojos, y vi que los tenía en blanco mientras iban estallando las pequeñas venas de sus globos oculares y tiñendo sus córneas de rojo. Separé los incandescentes circuitos de su cabeza de un tirón y el cuerpo de mi hermano quedó inerte, me observé mis manos llenas de quemaduras durante unos segundos, hasta que un pitido agudo me golpeó los tímpanos. Las constantes vitales de Brine habían descendido hasta 0, estaba teniendo una parada cardíaca. Hice un masaje cardíaco con mis chamuscadas manos de forma inútil, así que pretendí devolver a mi hermano a Minecraft para ver si así lograba que volviese en sí. Volví a conectar los humeantes circuitos a su cabeza mientras se me abrían las yemas de los dedos, intenté re-introducirlo en el sistema manchando las teclas de sangre y piel carbonizada de mis manos, pero fue inútil, por lo que atravesé de un golpe la puerta de la sala de circuitos y me dispuse a arrancar el chip; lo cogí con mis uñas y estiré, pero el crujido de mis uñas desprendiéndose de mis dedos me hizo darme cuenta de que no podía arrancarlo. Cogí un pequeño martillo que había en el suelo de la sala y me abalancé sobre los circuitos, en ese preciso instante ocurrió algo que no olvidaré nunca.
Un montón de cables se desconectaron solos y se alzaron como tentáculos que comenzaron a lanzarse contra mí. Me dieron un par de latigazos y se llevaron mi sombrero y uno de mis zapatos antes de que pudiese salir de la sala. Vi como los cables golpeaban con fuerza el cristal mientras yo jadeaba asustado en el suelo de la sala de comandos. El pitido de las inexistentes constantes vitales de mi hermano me distrajo y me entristeció, las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, pero un chasquido me sobresaltó: los cables habían logrado romper el cristal y de nuevo me encontraba esquivándolos. Tiré sin querer la caja de clavos de encima de la mesa y pisé uno con mi pié descalzo, así atravesándomelo y llenando de sangre el suelo. Pero una brillante idea se me ocurrió y empotré la mesa de madera contra la puerta y la clavé con los clavos y el martillo que antes había encontrado para evitar que los cables se asomasen.
Una vez terminada la hazaña, volví a caer al suelo. Miré mis manos carbonizadas una vez más y mi pié atravesado por un clavo. El dolor era insoportable, y lo peor de todo es que junto a mí se hallaba el cadáver de mi hermano, el que aun seguiría vivo si no hubiese cometido aquel terrible error.
Grité y lloré todo lo alto que pude hasta caer inconsciente.

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